Abrí este blog hace ocho años, tras dos fallidos intentos anteriores, con el fin de tener un espacio para escribir notas y ocurrencias y para compartir cosas. Cuando surgió el Facebook, esa finalidad dejó de tener sentido, y convertí el blog en un lugar para dar algo de (auto)promoción a mis publicaciones y para dar a conocer reseñas, ponencias y algunos textos en proceso, como una forma de difundir y discutir ideas que, de otra forma, tardarían uno o dos años en cuajar en un artículo académico. En el momento en que se encuentra mi trabajo, creo que esto ha cumplido ya su función.
Tuve pocos lectores: un promedio menor a diez cada día normal, unos cincuenta cuando alguien generosamente hacía un link hacia alguna entrada y unos cien en los raros días en que publicaba un texto nuevo. Algunos claramente llegaban por razones equivocadas. Al haber publicado aquí la primera versión de un estudio académico sobre el filme Niñas mal, recibía visitas a partir de búsquedas en Google de la serie colombiana, probablemente de adolescentes que buscaban información sobre su programa favorito. También recibía muchas visitas de gente buscando información sobre Monsiváis, sobre quien he escrito, pero en torno al cuál había solamente una pequeña nota aquí.
Entre los pocos, no obstante, recibí comentarios y críticas, directa e indirectamente, que fueron instrumentales en desarrollar varios de los textos que publiqué en artículos y en libros, o para dejar atrás ideas que yo consideraba interesantes, pero que se hundían con gran facilidad en la discusión. A esos lectores les agradezco profundamente. Todo lo que publiqué en este blog existe ya en edición publicada o en vías de publicación, o desapareció en el necesario olvido en el que deberían caer la mayor parte de las ideas y los escritos de uno. Los ensayos literarios que me parece expresan mejor (aunque con necesarias imperfecciones y con cosas que, de reescribirlos, cambiaría o precisaría) mis ideas sobre la crítica los incluí en Intermitencias americanistas, mis estudios sobre cine cuajaron en varios artículos ya publicados y en el libro Screening Neoliberalism, que aparecerá el año próximo, y mis investigaciones más recientes sobre liberalismo decimonónico, Alfonso Reyes y narrativa mexicana contemporánea son objeto de libros y artículos que espero completar en los próximos años. Las reseñas son textos de ocasión y olvidables que no creo necesitar recuperar en ninguna forma. Y todo lo otro está o en la basura, o en una archivo de mi computadora, en espera de alguna idea que me permita determinar si vale la pena rescatarlo o no.
El blog, en realidad, no es una práctica que me favorezca o siquiera me guste. No creo ser el tipo de persona que tenga algo inteligente que decir cada semana o cada mes (por lo cual tampoco podría tener una columna ni nada por el estilo). Francamente, creo que casi nadie lo es e incluso las mentes más brillantes producen textos lamentables al escribir con tal frecuencia. Cada vez estoy más convencido que uno no debe escribir sobre nada que uno no haya pensado con calma y tiempo, aunque sé que esa idea es resistida por mucha de la gente que conozco. Mis textos cortos (como las reseñas, de las cuales trato de publicar cada vez menos) no expresan bien lo que quiero decir, ya que la concisión no es una de mis virtudes y, quizá por los años de académico y de lectura de teoría y de crítica, me siento más cómodo con las frases largas, los párrafos largos y los textos largos. Además, publicar más de una vez por mes es para mi una carga que no creo valga la pena. La sección de comentarios, que moderé muy estrictamente en este blog, se ha convertido de manera simultánea en una parte esencial del género y en una enorme molestia: mientras, por un lado, puede suscitar magníficas discusiones, por otro lado emana un lado oscuro que hay que saber administrar. También por eso he dejado casi en su totalidad el Twitter, donde la extensión me incomoda más y donde el carácter a la vez efímero y permanente de los tuits (que requieren borrarse de uno a uno o dejarlos ahí para siempre) me genera enorme desconfianza. Lo sigo leyendo, porque hay gente y organizaciones que han convertido al Twitter en algo fascinante, pero creo que es una práctica que no corresponde con mi estilo. El Facebook me gusta más, en parte porque uno controla quien lee las bobadas de uno, y en parte porque no ha emergido todavía como el tipo de cosa que se convierte en noticia o en texto citable, como es el caso de los blogs o incluso el Twitter.
Además, a diferencia del poco prestigio que el blog tenía en 2005, hoy existe gente que se dedica profesionalmente a ello y, en tiempos recientes ha emergido como un género al que hay que tratar con la misma seriedad que otras prácticas escriturales. Baste ver las páginas web de Letras Libres o Nexos para ver que, por momentos, la riqueza del pensamiento crítico y el debate en los blogs sobrepasa al de la revista impresa. Yo reconozco no tener ni la disciplina ni el talento para hacerlo tan bien como otros extraordinarios blogueros (pienso en gente como Cristina Rivera Garza, quien ha convertido el blog en una forma de arte, o Jorge Téllez, cuyos textos cortos y de ocasión son siempre inteligentes y atinados). Tras haber decidido muy joven nunca escribir narrativa y tras renunciar a escribir poesía tras un libro al que le tengo cariño, pero que en realidad es menor y no está a la altura de los poetas de mi edad que más admiro (Óscar de Pablo, Paula Abramo, Karen Villeda, Maricela Guerrero y, un poquito mayores, autores geniales como Julián Herbert y Luis Felipe Fabre, entre muchos otros), reconozco que uno debe tratar de cultivar en exclusiva las prácticas en las que uno tiene por lo menos algo de talento. Tampoco tengo la vocación de intelectual público o la motivación para serlo, y, por tanto, tengo poco interés de pronunciar en columnas, entradas o tuits mis ideas personales sobre el acontecimiento o la bobada del día. Por supuesto, hay gente que hace esto muy bien (me causa admiración por ejemplo el ingenio diario de Gil Gamés y la inteligencia semanal de Paul Krugman). Pero creo que alguien que se entiende a sí mismo, antes que nada, como un crítico académico tiene, al menos por momentos, la obligación de resistir lo que Reyes llamaba "las urgencias de la hora" y dedicarse a la investigación, la ponderación y la lectura. La academia (sobre todo la cada vez más escasa protegida por el privilegio del tenure) es uno de los pocos lugares que quedan donde la máquina neoliberal no ha devastado del todo la posibilidad de pensar con calma, y donde uno no tiene que producir textos al vapor a cambio de los honorarios necesarios o para vivir del freelance o para suplementar los cada vez más magros sueldos de las actividades humanísticas. Respeto mucho a los colegas que trabajan de esa manera, cuyo compromiso con la vida pública de las humanidades es latente y que en muchos casos lo hacen con una gran inversión personal en el desarrollo de la cultura pública. Pero en mi caso, quisiera tomar ventaja un tiempo del privilegio de resistir la inmediatez para leer y escribir con más calma.
Agradezco a aquellos que han leído de manera productiva, improductiva, elogiosa y crítica, o de cualquier otra forma, los textos que publiqué aquí. Si alguien quisiera leer algo que estuvo aquí y que fue borrado, pueden poner un comentario o mandarme un correo electrónico y con gusto lo comparto. Mientras tanto, me despido de este este espacio temporalmente (una nunca debe tomar decisiones definitivas sobre cosas como éstas), al que quizá vuelva cuando requiera reflexionar y compartir trabajo en proceso. Y, por supuesto, espero seguir las conversaciones en otras partes.